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Australia sufre la crisis climática que niegan sus dirigentes

Uno de los principales culpables de que la cumbre del clima celebrada el mes pasado en Madrid se cerrase sin un acuerdo concreto sobre los mercados de carbono fue el primer ministro australiano, el liberal Scott Morrison: primer espada del potente lobby del carbón.

Los analistas internacionales señalan a este negacionista climático, que acude a los debates del parlamento blandiendo un trozo de carbón al grito de “este es el futuro de Australia”, como uno de los grandes responsables de que el artículo 6 del Acuerdo de París, que regula los mercados internacionales de carbono, siga sin un marco legal que lo saque del limbo.

Australia encabeza, junto a Estados Unidos, Japón y Brasil, el grupo de países contrarios a impulsar la acción climática para contener el calentamiento global por debajo de los 2 ºC y eludir los peores escenarios a los que nos conduce. Unos escenarios que desde el primer informe del IPCC (1990) recogen el destacado aumento de los megaincendios en Australia.

Según los expertos que investigan las causas de los grandes incendios que han arrasado en estas semanas buena parte del país, más allá de tener un origen intencionado o no (ya hay un centenar de detenidos), no cabe ninguna duda de que la principal razón por la que los incendios están siendo mucho peores este año es la combinación de una larga y severa sequía y un aumento de las temperaturas hasta alcanzar niveles récord: por encima de los 50 ºC en amplias zonas del país.

Los modelos que elaboran los climatólogos que siguen la evolución de la crisis climática vienen prediciendo desde hace tres décadas las gráficas que estos días muestran los servicios informativos australianos.

Sus informes señalaban que si las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) seguían aumentando sin control, Australia se enfrentaría a los peores escenarios previstos. Y sus previsiones se han cumplido. La superficie afectada por el fuego durante los incendios estivales en las últimas décadas se venía situando en torno a las 300.000 hectáreas. En estas dos últimas semanas han ardido más de seis millones de hectáreas.

Nadie duda de que los grandes incendios de Australia, como los que arrasaron hace unos meses amplias regiones del Amazonas, Chile o California, se corresponden con lo que los expertos denominan como “megaincendios”: una nueva generación de incendios forestales que, alentados por el cambio climático, son cada vez más virulentos y se manifiestan cada vez con mayor capacidad de destrucción.

Más allá de su origen, de si han sido provocados o no por una imprudencia o una acción intencionada, las llamas de los incendios climáticos se extienden a más velocidad, con más potencia, logran alcanzar frentes de decenas de kilómetros y resultan imposibles de extinguir con los métodos y el conocimiento que hemos venido utilizando hasta ahora.

Señalado en las redes sociales por Greta Thunberg, y abucheado por los ciudadanos en su visita a los lugares afectados por las llamas por su falta de previsión, su relativismo climático y su irresponsable viaje de vacaciones a Hawaii en plena crisis, el propio Scott Morrison ha reconocido la relación entre los incendios y la crisis climática. Una crisis que el gobierno australiano debería empezar a combatir potenciando las energías renovables frente al carbón.

Australia debe tomar buena nota de lo ocurrido estos días y no puede tardar ni un minuto más en incorporarse al grupo de países que, bajo el liderazgo de la ONU y con la UE al frente, apuestan por una mayor cooperación internacional ante el mayor reto al que se enfrenta la humanidad.

Fuente: La Vanguardia